martes, 20 de octubre de 2015

Una estrella llamada Cervantes


Hay noticias que son en sí mismas un cuento, un relato literario. Y muchas de ellas han dado lugar a grandes obras literarias.

Por ejemplo, Gustave Flaubert leyó la noticia del suicidio de una joven costurera que había arruinado a su marido, médico rural, con sus devaneos amorosos y sus compras de vestidos à la mode y sobre esa anodina anécdota construyó una obra maestra: Madame Bovary.

Otro ejemplo: un joven periodista quería contar la crónica de un náufrago que había sobrevivido penosa y heroicamente en el mar durante muchos días y, casi sin querer, le salió Relato de un náufrago. El periodista se llamaba, claro, Gabriel García Márquez.

Bien, pues hoy he leído una de esas noticias que nos maravillan porque son en sí mismas un relato precioso de la realidad. Y es que resulta que se ha encontrado un nuevo sistema planetario, llamado mu Arae y que está aquí cerquita, a 49 años luz de nada de nuestra amada Tierra. Y pasa que la estrella tiene cuatro planetas que por el momento se llaman a, b, c y d, que hay que ver los astrónomos, todo el talento lo gastan en mirar estrellas, porque en lo que es poner nombres...

Menos mal que los españoles tenemos un poco más de salero. Así que la Sociedad Española de Astronomía, a iniciativa del Planetario de Pamplona, ha propuesto llamar Cervantes a la estrella y dar a sus planetas los nombres de sus personajes principales: Quijote, Rocinante, Sancho y Dulcinea. ¡A ver si les hacen caso!

Qué emocionante tiene que ser salir por ahí y nombrar algo así por las buenas, igual que antaño otros había que inauguraban pantanos a diestro y siniestro: "Te nombro Farola Mayor del Reino", "Quedas nombrada Esquina Cierzolina de Zaragoza la Mayor", "Te declaro Árbol Florido", "Y tú me recuerdas a Alicia, así que...".

Y termino con un poema de Dámaso Alonso, que se fascinó cuando se enteró de que a un río lo llamaban Carlos:

 A UN RÍO LE LLAMAN CARLOS
(Charles River, Cambridge, Massachusetts)
                                                         (Charles River, Cambridge, Massachusetts)
Yo me senté en la orilla;
quería preguntarte, preguntarme tu secreto;
convencerme de que los ríos resbalan hacia un anhelo y viven;
y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo que a ti te llaman Carlos).

Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte
por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives.
Dímelo, río,
y dime, di, por qué te llaman Carlos.
Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras
(genero, especie)
y qué eran, qué significaban «fluir», «fluido», «fluente»;
qué instante era tu instante
cuál de tus mil reflejos, tú; reflejo absoluto
yo quería indagar el último recinto de tu vida
tu unicidad, esa alma de agua única,
por la que te conocen por Carlos.
Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, que fluye
entre edificios nobles, a Minerva sagrados
y entre hangares que anuncios y consignas coronan.
Y el río fluye y fluye, indiferente.
A veces, suburbana, verde, una sonrisilla
de hierba se distiende, pegada a la ribera.
Yo me he sentado allí, sobre la hierba quemada del invierno para pensar

                                                                                       [por qué los ríos
siempre anhelan futuro, como tú lento y gris.
Y para preguntarte por qué te llaman Carlos.
Y tu fluías, fluías, sin cesar, indiferente
y no escuchabas a tu amante extático
que te miraba preguntándote
como miramos a nuestra primera enamorada para saber si le fluye un alma

                                                                                                 [por los ojos,
y si en su sima el mundo será todo luz blanca
o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga que besa.
Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en la sombra de los quince años,
entre fiebres oscuras y los días—qué verano— tan lentos.
Yo quería que me revelaras el secreto de la vida
y de tu vida, y por qué te llamaban Carlos.
Yo no sé por qué me he puesto tan triste, contemplando
el fluir de este río
Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora.
El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién la llora.
Pero sé que la tristeza es gris y fluye.
Porque sólo fluye en el mundo la tristeza.
Todo lo que fluye es lágrimas.
Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dónde viene la tristeza.
Como yo no sé quién te llora, río Carlos,
como yo no sé por qué eres una tristeza
ni por qué te llaman Carlos.
Era bien de mañana cuando yo me he sentado a contemplar el misterio
                                                                             [fluyente de este río,
y he pasado muchas horas preguntándome, preguntándote.
Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios;
preguntándome, como se le pregunta a un dios triste:
¿qué buscan los ríos?, ¿qué es un río?
Dime, dime qué eres, qué buscas,
río, y por qué te llaman Carlos.
Y ahora me fluye dentro una tristeza,
un río de tristeza gris,
con lentos puentes grises, como estructuras funerales grises.
Tengo frío en el alma y en los pies.
Y el sol se pone.
Ha debido pasar mucho tiempo.
Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos, siglos, eras.
Ha debido pasar toda la pena del mundo, como un tiempo lentísimo.
Han debido pasar todas las lágrimas del mundo, como un río indiferente.
Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, mucho tiempo
desde que yo me senté aquí en la orilla, a orillas
de esta tristeza, de este
río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos.


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